martes, 27 de noviembre de 2012

29 de noviembre: visita

Visita a Telefónica:
10.30 Juan Gris
12.00 Arte y vida

Cita:
- 9.34: Tren de Alco-Sanse
- 9.36: Tren de Valdelasfuentes

Algunas fotos de lo visto en Telefónica:







27 de noviembre: EPELOE XVII y XVIII

  1. Dictado.
  2. Comentario de aspectos destacables de los capítulos XVII y XVIII El paraíso en la otra esquina (2003) de Mario Vargas Llosa y los elementos narrativos.
  • Capítulo XVII. Palabras para cambiar el mundo. Montpellier, agosto de 1844..... por Ana.
  • Capítulo XVIII. El vicio tardío, Atuona, diciembre de 1902...por Mª Luisa.

Olympia de Édouard Manet (pág. 374 y ss.) es Victorine Meuret.



El bosquecillo de Viroflay


Interior de pintor: rue Corail

Estudio de desnudo, Suzanne cosiendo

El pequeño soñador: un estudio


Busto de Émil, el hijo de artista, en el Museo Metropolitano de Arte al norte de Manhattan, 5ª Avenida, New York.


jueves, 22 de noviembre de 2012

22 de noviembre: EPELOE XV y XVI

  1. Dictado.
  2. Comentario de aspectos destacables de los capítulos XV y XVI El paraíso en la otra esquina (2003) de Mario Vargas Llosa y los elementos narrativos.
  • Capítulo XV. La batalla del Cangallo, Nîmes, agosto de 1844.................. por Josefina.
  • Capítulo XVI. La Casa del Placer. Atuona (Hiva Oa), julio de 1902........ por Soledad.


  • Capítulo XVII. Palabras para cambiar el mundo. Montpellier, agosto de 1844..... por Ana.
Capítulo XVI: Cuadros mencionados en este capítulo (pág. 341):
Retrato de Vincent Van Gogh,  hecho por Paul Gauguin. 
.
Su último Autorretrato. 1902




Cristo en el Huerto de los Olivos.

Gauguin como Inca peruano en la comba de una jarra.

Otros múltiples autorretratos con inclusiones sus obras maestras o mimetizado en otros personajes o tendencias artísticas:

Autorretrato. 1889. Gauguin como un creador, genio entre el bien y el mal. Epoca de su estancia en Pont-Aven.

Autorretrato, en segundo plano: Manao Tipapau ("Ella piensa en el espíritu del muerto" o "El espíritu del muerto la recuerda"), 1892

Autorretrato

Autorretrato, al fondo su cuadro El Cristo amarillo.

Autorretrato de Gauguin con paleta.


Artistas mencionados: George Seurat (que gustaba a Van Gogh) y Puvis de Chavannes (que gustaba a Paul Gauguin), el EPELOE (pág. 334)

martes, 20 de noviembre de 2012

20 de noviembre: EPELOE XIII y XIV

  1. Dictado.
  2. Comentario de aspectos destacables de los capítulos XIII y XIV El paraíso en la otra esquina (2003) de Mario Vargas Llosa y los elementos narrativos.

    - Capítulo XIII. La monja Gutiérrez, Toulon, agosto de 1844............................. por Pilar.
    - Capítulo XIV. La lucha con el ángel. Papeete, septiembre de 1901.............. por Dolores.
Temas del capítulo XIV:

- "... ese periodiquito mensual, humorístico y panfletario", Les guêpes (Las Avispas)", nº 25, San Francisco. Febrero, 1901.
-

La visión después del sermón. Bretonas contemplan la lucha entre Jacob y el ángel. Interpretación bíblica.

Cuadro anterior de un amigo de Gauguin: Las bretonas en la pradera de Émile Bernard.
Las bretonas en la pradera, de Émile Bernard.
La estancia de Gauguin en Pont-Aven le llevó a visitar la capilla de Tremaló cuyo Cristo de madera policromada le inspiró el Cristo amarillo.
Cristo amarillo
La lectura de Los miserables de Víctor Hugo le inspiró para retratarse como su protagonista Jean Valjean mientras estuvo en Pont-Aven.
Los miserables. 1888. Gauguin metamorfoseado a Jean Valjean, protagonista de Los miserables.
Autorretrato. Cerca del Gólgota.







































Al abandonar Tahití, rumbo a las islas Marquesas, uncluye en su equipaje un cuadro de "Bretaña bajo la nieve".


jueves, 15 de noviembre de 2012

15 de noviembre: EPELOE: XI y XII

  1. Dictado.
  2. Comentario de aspectos destacables de los capítulos  XI y XII El paraíso en la otra esquina (2003) de Mario Vargas Llosa y los elementos narrativos.

    - Capítulo XI. Arequipa. Marsella, julio de 1844............................por Mary.
    - Capítulo XII. ¿Quiénes somos? Panaauia mayo de 1898............................por Marisa.

    ¿de dónde venimos?¿quiénes somos?¿a dónde vamos? 1889.
    Olympia de Manet

martes, 13 de noviembre de 2012

13 de noviembre: EPELOE IX y X

  1. Dictado.
  2. Comentario de aspectos destacables de los capítulos  IX y X El paraíso en la otra esquina (2003) de Mario Vargas Llosa y los elementos narrativos.
  3. La descripción.
Capítulo IX. La travesía. Avignon, julio de 1844.........................por Juani.
Capítulo X. Nevermore. Punaauia, mayo de 1897........................por Olga.

Vuestras peticiones para visitar:

- Palacio Real y Goya.
- Paisajes de Martín Rico.
- Ateneo: códices.


Capítulo X: "Never more". Durante 1896 pinta temas relacionados con maternidad...

 1- Te arii vahine ("La mujer del rey").
Te arii vahine ("The King's Wife"), 1896. Óleo sobre lienzo. Museo Pushkin of Bellas Artes, Moscú, Rusia.
2- No te aha oe riri? ("¿Por qué estás enfadada?").
No te aha oe riri? (Why Are You Angry?), 1896. Óleo sobre lienzo. Art Institute of Chicago, Chicago, IL, USA.
3- Te Tamari No Atua ("Nacimiento").
Te Tamari No Atua (Nativity). 1896. Oil on canvas. Neue Pinakothek, Munich, Germany.
4- Nave Nave Mahana ("Días deliciosos").
Nave Nave Mahana ("Delightful Days")
5- Te rerioa ("El sueño")
Te rerioa ("El sueño"). Óleo sobre lienzo, 65 x 90.
Hasta que la visión de un cuervo, pájaro nunca visto en Tahití, le augura mal presagio (pp. 228-230). Había escuchado a Mallarmé recitar un poema de Edgar Alan Poe "El cuervo" y le impactó para siempre este pájaro de mal agüero.
Retrato de Stephane Mallarmé. 1981. Carboncillo
El cuadro de Never more es aparentemente similar a Manao Tipapau (pp.232-238) pero es una decisión de no volver a pintar.
Never More, 1897.
Edgar Allan Poe (Boston, 1809 - Baltimore, 1849)

Una vez, al filo de una lúgubre media noche,

mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,

inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,

cabeceando, casi dormido,

oyóse de súbito un leve golpe,

como si suavemente tocaran,

tocaran a la puerta de mi cuarto.

“Es —dije musitando— un visitante

tocando quedo a la puerta de mi cuarto.

Eso es todo, y nada más.”



¡Ah! aquel lúcido recuerdo

de un gélido diciembre;

espectros de brasas moribundas

reflejadas en el suelo;

angustia del deseo del nuevo día;

en vano encareciendo a mis libros

dieran tregua a mi dolor.

Dolor por la pérdida de Leonora, la única,

virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.

Aquí ya sin nombre, para siempre.



Y el crujir triste, vago, escalofriante

de la seda de las cortinas rojas

llenábame de fantásticos terrores

jamás antes sentidos.  Y ahora aquí, en pie,

acallando el latido de mi corazón,

vuelvo a repetir:

“Es un visitante a la puerta de mi cuarto

queriendo entrar. Algún visitante

que a deshora a mi cuarto quiere entrar.

Eso es todo, y nada más.”



Ahora, mi ánimo cobraba bríos,

y ya sin titubeos:

“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón

imploro,

mas el caso es que, adormilado

cuando vinisteis a tocar quedamente,

tan quedo vinisteis a llamar,

a llamar a la puerta de mi cuarto,

que apenas pude creer que os oía.”

Y entonces abrí de par en par la puerta:

Oscuridad, y nada más.



Escrutando hondo en aquella negrura

permanecí largo rato, atónito, temeroso,

dudando, soñando sueños que ningún mortal

se haya atrevido jamás a soñar.

Mas en el silencio insondable la quietud callaba,

y la única palabra ahí proferida

era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”

Lo pronuncié en un susurro, y el eco

lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”

Apenas esto fue, y nada más.



Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,

toda mi alma abrasándose dentro de mí,

no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.

“Ciertamente —me dije—, ciertamente

algo sucede en la reja de mi ventana.

Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,

y así penetrar pueda en el misterio.

Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,

y así penetrar pueda en el misterio.”

¡Es el viento, y nada más!



De un golpe abrí la puerta,

y con suave batir de alas, entró

un majestuoso cuervo

de los santos días idos.

Sin asomos de reverencia,

ni un instante quedo;

y con aires de gran señor o de gran dama

fue a posarse en el busto de Palas,

sobre el dintel de mi puerta.

Posado, inmóvil, y nada más.



Entonces, este pájaro de ébano

cambió mis tristes fantasías en una sonrisa

con el grave y severo decoro

del aspecto de que se revestía.

“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,

no serás un cobarde,

hórrido cuervo vetusto y amenazador.

Evadido de la ribera nocturna.

¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”

Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”



Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado

pudiera hablar tan claramente;

aunque poco significaba su respuesta.

Poco pertinente era. Pues no podemos

sino concordar en que ningún ser humano

ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro

posado sobre el dintel de su puerta,

pájaro o bestia, posado en el busto esculpido

de Palas en el dintel de su puerta

con semejante nombre: “Nunca más.”



Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.

las palabras pronunció, como virtiendo

su alma sólo en esas palabras.

Nada más dijo entonces;

no movió ni una pluma.

Y entonces yo me dije, apenas murmurando:

“Otros amigos se han ido antes;

mañana él también me dejará,

como me abandonaron mis esperanzas.”

Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”



Sobrecogido al romper el silencio

tan idóneas palabras,

“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice

es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido

de un amo infortunado a quien desastre impío

persiguió, acosó sin dar tregua

hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,

hasta que las endechas de su esperanza

llevaron sólo esa carga melancólica

de ‘Nunca, nunca más’.”



Mas el Cuervo arrancó todavía

de mis tristes fantasías una sonrisa;

acerqué un mullido asiento

frente al pájaro, el busto y la puerta;

y entonces, hundiéndome en el terciopelo,

empecé a enlazar una fantasía con otra,

pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,

lo que este torvo, desgarbado, hórrido,

flaco y ominoso pájaro de antaño

quería decir granzando: “Nunca más.”



En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,

frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,

quemaban hasta el fondo de mi pecho.

Esto y más, sentado, adivinaba,

con la cabeza reclinada

en el aterciopelado forro del cojín

acariciado por la luz de la lámpara;

en el forro de terciopelo violeta

acariciado por la luz de la lámpara

¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!



Entonces me pareció que el aire

se tornaba más denso, perfumado

por invisible incensario mecido por serafines

cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.

“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,

por estos ángeles te ha otorgado una tregua,

tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!

¡Apura, oh, apura este dulce nepente

y olvida a tu ausente Leonora!”

Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”



“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!

¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio

enviado por el Tentador, o arrojado

por la tempestad a este refugio desolado e impávido,

a esta desértica tierra encantada,

a este hogar hechizado por el horror!

Profeta, dime, en verdad te lo imploro,

¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?

¡Dime, dime, te imploro!”

Y el cuervo dijo: “Nunca más.”



“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!

¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!

¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,

ese Dios que adoramos tú y yo,

dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén

tendrá en sus brazos a una santa doncella

llamada por los ángeles Leonora,

tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen

llamada por los ángeles Leonora!”

Y el cuervo dijo: “Nunca más.”



“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida

pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.

¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.

No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira

que profirió tu espíritu!

Deja mi soledad intacta.

Abandona el busto del dintel de mi puerta.

Aparta tu pico de mi corazón

y tu figura del dintel de mi puerta.

Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”



Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.

Aún sigue posado, aún sigue posado

en el pálido busto de Palas.

en el dintel de la puerta de mi cuarto.

Y sus ojos tienen la apariencia

de los de un demonio que está soñando.

Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama

tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,

del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,

no podrá liberarse. ¡Nunca más!

jueves, 8 de noviembre de 2012

8 de noviembre: EPELOE VII y VIII

  1. Dictado.
  2. Lectura detallada de fragmentos de los capítulos VII y VIII El paraíso en la otra esquina (2003) de Mario Vargas Llosa y los elementos narrativos.
VII. Noticias del Perú Roanne y Saint-Étienne, junio de 1844.................66 por Manoli
VIII. Retrato de Aline Gauguin Punaauia, mayo de 1897 .......................78 por Ana

Capítulo VII. Noticias del Perú.

El Eunuco Divino era un joven español lleno de sabiduría en materia económica al decir de don Mariano. Se ocupaba por el momento de administrar los bienes y rentas del señor De Goyeneche, pero acaso en el futuro entraría en el seminario. Vivía en un ala de la casa señorial, y su despacho y su dormitorio eran tan austeros como las celdas de un convento de clausura. A la hora de la cena, don Mariano pedía a Dios la bendición para el yantar; en el almuerzo lo hacía Ismaelillo, y engolaba tanto la voz y ponía una cara tan alelada y serafina, que Flora podía apenas aguantar la risa. Más que apuesto era bonito, con su tez rasurada y rosácea, su talle de avispa, y sus manos, de uñas recortadas y lustradas, suaves como la piel de un recién nacido. Vestía también con las ropas taciturnas del dueño de casa, pero, a diferencia de don Mariano de Goyeneche, que parecía perfectamente cómodo con la entrega total de su cuerpo y su espíritu al amor de Dios y a las prácticas de la religión, en el joven español –debía tener la edad de Flora, unos treinta o treinta y dos años a lo más—, algo en sus gestos, expresiones y comportamientos, delataba un conflicto no resuelto, un desgarro entre las formas exteriores de su conducta y su vida íntima. A ratos, a Flora le parecía un ser angelical, al que una ardiente fe religiosa llevó a negarse todos los apetitos y placeres, a renunciar al siglo para consagrarse a la salvación de su alma y a Dios. Pero, otras veces, sospechaba en él un ser dúplice, un simulador que, detrás de su modestia, austeridad y bondad, ocultaba un cínico, que fingía lo que no sentía ni creía, para ganarse la confianza de don Mariano, medrar a su sombra y heredar su fortuna.


Advertía de pronto, en los ojos de Ismaelillo, unos brillos codiciosos que la hacían recelar. A veces los provocaba, no sin malignidad, levantando al descuido su falda a la hora de las tertulias, de modo que quedara al descubierto su fino tobillo, o, ansiosa en apariencia de no perder una sílaba de lo que Ismaelillo contaba, acercándose a él tanto que el joven español debía olerla y sentir que su piel lo rozaba. Entonces perdía el control de sí mismo, palidecía o enrojecía, se le alteraba la voz, se le enredaban las frases y saltaba de un tema a otro sin ilación. Se había encariñado con esa muchacha, en esta vieja casa olorosa a sacristía, apenas la vio. Flora lo supo desde el primer día. Se había enamorado de ti yeso debía desgarrado. Pero nunca se atrevió a decirte nada que fuera más allá de la convencional amistad. Sin embargo, sus ojos lo traicionaban, y Flora sorprendía en ellos a menudo esa lucecita ansiosa que quería decir: cuánto me gustaría ser libre, poder decide lo que siento, cogerle la mano y besársela, rogarle que me permita cortejarla, amada, pedirle que sea mi mujer y me enseñe la felicidad. (pp. 142-143)


Capítulo VIII. Retrato de Aline Gauguin

¿Dónde estaría aquel retrato que hiciste de ella, en 1888, consultando tu memoria y aquella única fotografía de tu madre que conservabas, refundida en el baúl de los cachivaches? Nunca se vendió, que supieras. ¿Lo tendría Mette, en Copenhague? Debías preguntárselo, en la próxima carta. ¿Estaría entre las telas en poder de Daniel, del buen Schuff? Les pedirías que te lo enviaran. Lo recordabas con lujo de detalles: un fondo amarillo algo verdoso, como el de los íconos rusos, color que resaltaba los hermosos y largos cabellos negros de Aline Gauguin. Le caían hasta los hombros en una curva graciosa y se los sujetaba en la nuca con una cinta violeta, dispuesta en forma de flor japonesa. Unos verdaderos cabellos de andaluza, Paul. Trabajaste mucho para que sus ojos aparecieran como los recordabas: grandes, negros, curiosos, un poco tímidos y bastante tristes. Su piel muy blanca se animaba en las mejillas con el sonrojo que asomaba en ellas cuando alguien le dirigía la palabra, o entraba en un cuarto donde había gente que no conocía. La timidez y la discreta entereza eran los rasgos saltantes de su personalidad, esa capacidad para sufrir en silencio sin protestar, ese estoicismo que indignaba tanto —ella misma te lo contaba, la abuela Flora, Madame—la—Colère. Estabas segurísimo de que tu Retrato de Aline Gauguin mostraba todo aquello y sacaba a la superficie la tragedia prolongada que fue la vida de tu madre. Tenías que averiguar su paradero y recobrarlo, Paul. Te haría compañía aquí en Punaauia y ya no te sentirías tan solo, con esas llagas abiertas en las piernas y el tobillo que los estúpidos médicos de Bretaña te dejaron lastimado.
... 
¿Habías puesto todos esos dramas mezclados con gran guiñol en el Retrato de Aline Gauguin, Paul? No estabas seguro. Querías recuperar esa tela para averiguarlo. ¿Era una obra maestra? Tal vez, sí. La mirada de tu madre en el cuadro, recordabas, despedía, desde su timidez congénita, un fuego quieto, oscuro, con visajes azulados, que traspasaba al espectador e iba a perderse en un punto indeterminado del vacío. «¿Qué miras en mi cuadro, madre?» «Mi vida, mi pobre y miserable vida, hijo mío. Y la tuya también, Paul. Yo hubiera querido que, a diferencia de lo que le ocurrió a tu abuelita, a mí, a tu pobre padre que murió en medio del mar y enterramos en ese fin del mundo, tú tuvieras otra vida. De persona normal, tranquila, segura, sin hambre, sin miedo, sin fugas, sin violencia. No pudo ser. Te legué la mala suerte, Paul. Perdóname, hijo mío.»

Retrato de Aline Gauguin. 1988 o 1890. Óleo sobre tabla, 41 x 33 cm. Inv. 2554. Galería Estatal de Stuttgart.

martes, 6 de noviembre de 2012

6 de noviembre: EPELOE V y VI

  1. Dictado.
  2. Lectura detallada de fragmentos de los capítulos V y VI de El paraíso en la otra esquina (2003) de Mario Vargas Llosa y los elementos narrativos.
V. La sombra de Charles Fourier................................... 45 por Nieves
VI. Annah, la Javanesa................................................56 por Begoña


Annah, la Javanesa (1880-1881) fue amante y modelo Gauguin en París, a su vuelta de Tahití. Ella lo dejó en 1894, y se llevó todos los objetos de valor del apartamento de Gauguin, excepto sus cuadros. Más tarde fue la modelo del artista Alphonse Mucha.
Aita tamari vahina Judith te parari ("Annah, la Javanesa [o "La mujer-niña Judith, aun sin desflorar"] ), 1893. Óleo sobre lienzo. Colección privada.